El estado de Layza al ingresar al refugio era simplemente impactante. Con una cuerda muy gruesa atada al cuello, llegó con un tumor que había afectado la mandíbula y que estaba desgarrando la piel. Como si fuera poco, Layza era también víctima de una bacteria que estaba alimentándose de su piel y tenía varias infecciones. Poco a poco, luego de extraerle el tumor, empezó a comer alimento sólido y ¡cómo le gustaba! Sus ojos comenzaron a brillar llenos de esperanza. Fue en el refugio que conoció a su mamá, una persona maravillosa que cada sábado le costaba cada vez más dejarla en su canil. Hoy, esta dulzura vive en un hogar hermoso, rodeada del calor de una verdadera familia.