Yago llegó al refugio en un estado desesperante. No podía pararse, tenía sarna y todos los valores de los análisis estaban mal. Se nos estaba yendo... Pero a medida que pasaban los días, pudimos notar que nuestro gladiador comenzaba a pararse. No podía caminar aún ya que tenía la columna quebrada y los huesos ya se habían soldado, pero al menos estaba de pie. Siempre tan agradecido... Su vida empezaba a cambiar poco a poco, sus ojos recuperaron el brillo que nunca debieron haber perdido y su colita no paraba de moverse. Ha pasado muchísimas batallas, pero lo más maravilloso es que después de tanto dolor, de tanto esfuerzo y de tanta esperanza, Yago comenzó a caminar. Verlo hoy recorrer el Campito, con su pelo negro y brilloso, es sentir que uno recupera la fe, es creer en los milagros y es sentir que siempre, no importa lo dura que sea la batalla, vale la pena seguir adelante.