Roque llegó al Campito como una víctima más de la indiferencia, del “no te metas”, del desprecio total y absoluto por toda forma de vida. Su ojo completamente agusanado, con un dolor inmenso… Así llegaba Roque a nuestras manos. Pero, como todo gladiador, estaba dispuesto a pelearla. Superó muchos obstáculos, muchos momentos en los que no creímos que sobreviviría. Pero la esperanza y la garra pudieron más. Hoy, nuestro amado Roque vive con una familia que dio, da y dará siempre todo por él. Y cada vez que pensamos en su historia, sentimos una fuerza de esperanza y de amor que nos envuelve, demostrándonos, una vez más, que todos merecen una segunda oportunidad y que vale la pena pelearla.